lunes, junio 19, 2006

Retorno a casa

El mar en calma se extendía hasta donde alcanzaba la vista. La cubierta de la galera estaba vacía, el viento era favorable y los remeros se habían tomado un descanso. El viento en las velas y el crujido de las sogas le llenaba de una sensación de paz y los aromas del mar le hacían sentir en casa después de estar demasiado tiempo varado en el exilio. Atlantis necesitaba de comerciantes y diplomáticos nobles que velaran por los tratos y la seguridad de sus asuntos en las naciones extranjeras, era un servicio honorable y sería muy bien recompensado por su labor al volver a su patria, pero pasarse cinco años viviendo entre aquellos egipcios había sido una experiencia muy dura. No es sólo que fueran un pueblo primitivo, apenas hacía un siglo eran caníbales, adoraban a animales vivos como si fueran dioses y la vida de los plebeyos valía menos que las herramientas con las que trabajaban. El trabajo que estaban haciendo allí los sacerdotes ingenieros era notable, aunque para él no valía la pena tomarse tantas molestias.
En un par de días más de travesía llegarían a puerto. Aún un barco como aquel tenía problemas para navegar en océano abierto y la clave de todo estaba en las mediciones y la orientación del sacerdote ingeniero que los guiaba. Un paso en falso y alguna corriente los alejaría del objetivo y los perdería sin remedio. Atlantis no era una isla muy grande y su situación exacta era el secreto que mejor protegía a la isla de los salvajes que empezaban a dar sus primeros pasos en la navegación con unas balsas que eran poco más que unos troncos mal unidos. Esta nave, sin embargo, era un orgullosa embarcación de tres palos y una fila de remos que ayudaban en las maniobras cuando el viento no acompañaba. La proa, en cuyo espolón se alzaba una estilizada figura masculina chapada en oricalco, brillaba rojiza con el sol de la mañana y la estela que dejaban tras ellos era el paisaje más bello que podían ver sus ojos.
Aún así no había conseguido irse de Egipto sin pagar un precio, se llevaba como huésped al hijo del cacique más importante de la zona. No era exactamente un rey, aunque solía pavonearse de largos títulos, era más bien el señor de la guerra que mayor territorio tenía atemorizado, y que reclamaba como suyas más tierras de las que realmente podía controlar. Sin embargo con alguien había que pactar y los atlantes no se iban a inmiscuir en políticas locales. El pacto con aquel reyezuelo y la educación de su hijo podían ser muy productivos para la región y para los intereses de Atlantis, y ahora él iba a tener que cargar con aquel joven descerebrado, violento, hedonista y que ni siquiera era capaz de hablar su idioma sin ese acento horrible. Y tendría que tratarlo con respeto, aunque era un absurdo. Atlantis se empeñaba en tratar con igualdad a los gobernantes locales, ¿cómo iba a tratar como a un igual a aquel salvaje un hijo de Poseidón? Pero para su casa y para su propia reputación, aquella era una jugada importante, aunque supusiera llevarse parte de la hediondez de aquel lugar que había llegado a odiar a su propia casa.

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