miércoles, julio 05, 2006

Un honrado comerciante

Ese año el trigo había escaseado en la península de la pierna del gigante, y eso eran buenas noticias. En la isla siempre hacía buen tiempo y no se recordaba una inundación ni una sequía, había excedente de grano siempre y los nobles optaban por ayudar con ese grano a las regiones más necesitadas, pero ponían en manos de los distribuidores plebeyos esa magnanimidad. Traso era uno de esos distribuidores. Oficialmente era un contable perteneciente a la familia de Belos, pero en la práctica gozaba de tanta autonomía social y económica que en el pequeño puerto comercial donde vivía era casi un señor. Su casa era una villa de dos plantas en las afueras de la ciudad, tenía trabajadores a su cargo y libertad para negociar con los extranjeros.
El pequeño puerto había ido floreciendo gracias a sus buenos oficios y a la ayuda de otros compañeros comerciantes en situación muy similar a la suya. Hoy por hoy vivían centenares de personas de forma permanente y casi la misma cantidad de marineros ocupaban las tabernas o hacían noche en sus embarcaciones. Era un puerto pequeño, con poca intervención de los nobles, apenas un supervisor de lo más manejable. Los distribuidores y contables tenían el control sobre las mercancías, los barcos y los acuerdos comerciales. Las tripulaciones venían de todas las costas civilizadas, los emisarios venían con sus cargamentos desde cualquier rincón del mundo, pero los barcos siempre eran los mismos, porque solo los barcos atlantes podían alcanzar la Atlántida. Esto por supuesto era un inconveniente para la incipiente burguesía de la ciudad, ya que cada barco era capitaneado invariablemente por un noble, y además era imprescindible el oficio de un sacerdote para llevar la nave a buen puerto e interpretar correctamente la instrumentación y las cartas. Algunos capitanes eran más apropiados que otros para tratar con los comerciantes, y gran parte del oficio consistía en saber lo suficiente sobre sus gustos y sus secretos como para que la colaboración fuera fluida.
Traso era un hombre paciente y tranquilo, algo entrado en años ya, amante de los pequeños lujos y de la vida en la isla, y no añoraba en absoluto sus años mozos como marinero recorriendo los siete mares. Sin embargo eran esos años los que le habían valido su posición actual. Hablaba varios idiomas, entendía la forma de pensar y de vivir de muchos pueblos y por encima de todo, entendía la forma de pensar de las personas, fueran de donde fueran. Los nobles atlantes habían perdido el contacto con la realidad, se habían terminado por creer sus propios cuentos de divinidad y misticismo. Él también había creido, de joven, hacía muchos años, en todas esas cosas, pero era díficil creer que el capitán es hijo de Poseidón cuando ves cómo se lo tragan las olas, en medio de una terrible tempestad. A partir de ese momento, y después de una durísima travesía con la dotación del barco diezmada y con un sacerdote que no estaba preparado para capitanearlos dando voces sin sentido, empezó a cuestionarse las cosas que le habían contado desde pequeño, y con los años, dejó de ver justa la sociedad en la que vivía e incuestionables a los nobles.
Un emisario entró en sus aposentos e interrumpió un agradable y lento despertar, sacándolo brúscamente de los dulces sopores de una cama compartida con un par de muchachas extranjeras, regalo de un comerciante bárbaro de piel oscura y pelo trenzado. Se había avistado un barco que se dirigía a puerto, el embajador en Egipto había preferido tocar tierra en un puerto de su propia casa, a saber por qué motivos, y ahora él tenía que acudir como un fiel siervo a interpretar el papel para el que lo habían amaestrado.
- ¿Qué barco lo trae?¿Conocemos al capitán?
- No tengo más noticias, señor, el vigía ha mandado aviso tan pronto como ha reconocido el escudo del embajador, llegará a puerto en dos horas escasas.
Traso miró con tristeza y abatimiento a las dos muchachas que empezaban a despertar. Hasta los placeres más sencillos le negaban a este pobre viejo. Se dirigió a la tina e hizo señal a las muchachas para que fueran a por agua y perfume, si tenía dos horas para prepararse, pensaba tomárselas con parsimonia, iba a necesitar mucha paciencia para tratar con aquel impetuoso y altivo Señor.

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2 Comments:

Blogger Arienna said...

Soy la primera en jomentaaaaaar, me siento especial, ainsh...
Pues los relatos me gustan, ya te lo he dicho por msn y te lo repito por aquí ^^.
Estoy impaciente por ver como sigue.

Tamy

7/05/2006 2:28 a. m.  
Blogger José Fabregat said...

Se pueden leer de forma independiente, pero estos dos relatos son correlativos, sí. No puse nada en la declaración de intenciones porque no voy a escribir sólo sobre esto, y no necesariamente voy a escribirlo en orden. Tendré que mirar como puedo poner tags para distinguir los conjuntos de relatos...

#sarcasmo
¿Cómo podíamos vivir antes de los tags? ¿Y cómo puede ser que haya gente que aún les llame etiquetas?
#/sarcasmo

Espero impaciente tus críticas, a ver si escribo algo más.

7/18/2006 7:19 p. m.  

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