domingo, diciembre 24, 2006

Misterios

Soy una persona escéptica. Siempre lo he sido, siempre busco una explicación racional para cualquier suceso, y por eso sigo dándole vueltas a lo que me pasó aquella noche.

Por motivos personales viajo bastante y, aunque prefiero el tren, a menudo no me queda más remedio que conducir. Viajar solo es algo a lo que uno se acostumbra, piensas en tus cosas, te fijas más en la carretera, escoges la música adecuada o vas buscando emisoras locales. Aquella noche la carretera estaba tranquila, sonaba algo suave en el equipo musical y el tráfico era casi inexistente. Quiero aclarar que no estaba especialmente cansado, y no llevaba más de dos horas conduciendo cuando comienza mi historia, y aunque sigo pensando que fue una jugarreta que me hizo mi cerebro, la fatiga queda prácticamente descartada.

Andaba yo pensando en poco más que en la música que escuchaba y en situar geográficamente el pueblo del camión que llevaba delante cuando me adelantó un deportivo rojo. Era un modelo raro, de los que no se ven mucho en carretera y no iba excesivamente rápido, así que aceleré un poco para seguirle la pista y poder echarle un vistazo. Luego me ha hecho preguntarme algunas cosas ese impulso, aunque conduzco bastante a mi los coches no me interesan demasiado, y aunque podríamos achacarlo al aburrimiento o a la casualidad, hubo demasiadas aquella noche.

Pronto el camión al que iba siguiendo quedó atrás y nos quedamos solos en la carretera, el coche tenía matrícula extranjera, era de un rojo oscuro metalizado, un biplaza de diseño italiano. Iba tras él y los kilómetros fueron pasando, hipnotizado por sus luces traseras y tratando de adivinar algo de los ocupantes del vehículo, con poco éxito. Pasamos un túnel, lo recuerdo porque la radio pasó a vomitar estática y cambié a un cd que tenía puesto. Al salir del túnel el coche aminoró y yo reduje también la marcha, por un momento se me pasó por la cabeza que el conductor podría estar molesto por mi comportamiento, pero al ver que se encendían las luces de emergencia, cambié de opinión.

Pasamos junto a una señal de área de descanso y el deportivo se orilló al arcén mientras reducía más su velocidad, no había nadie más en la carretera y decidí salir yo también al menos por ver si podía ser de alguna ayuda, y aprovechar para hacer un pequeño descanso que nunca viene mal en un viaje largo. Salimos juntos de la carretera y entramos en un aparcamiento poco iluminado, sin área de servicio ni gasolinera. El coche se paró y yo me paré al lado, bajé del coche para explicarme por si había asustado al conductor y rodee mi coche por detrás.

Me quedé mirando el coche embobado, era pequeño, elegante, al lado de mi coche, me hacía sentir viejo y obsoleto. Se paró el ruido del motor y se abrió la puerta. Hasta aquí todo es explicable, estaba aburrido, lo bastante como para seguir un vehículo desconocido a un aparcamiento solitario, de noche, aunque me puse la excusa de ayudar, en parte sé que había una parte de fascinación morbosa y curiosidad por el coche y su ocupante. Pero mi curiosidad no quedó satisfecha. Alguien bajó del coche, se me acercó y me dijo por qué se había parado, le ofrecí mi ayuda y la rechazó amablemente, se despidió y yo volví a mi coche, arranqué y me fui. No me quité de la cabeza ni al ocupante, ni lo que me dijo en todo el viaje. Llegué a mi destino y seguí dándole vueltas a la cabeza.

Y de hecho sigo haciéndolo, porque tengo que decidir entre creer lo que mi cabeza me dice que vi, o buscar una explicación racional. No soy capaz de aunar ambas cosas, porque la persona que bajó del coche era yo mismo y lo que me dijo es que solamente se había parado porque quería verme en persona, pero que debía seguir mi camino sin hacerle ninguna pregunta.

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