miércoles, agosto 01, 2007

Hostal Renata

Javier estaba un poco nervioso. Llegaba tarde, no conocía bien la carretera y el GPS no arreglaba que fuera sinuosa, estuviera mal asfaltada y que la noche se le hubiera echado encima. Además el cielo se había encapotado y las últimas luces del atardecer se habían convertido en sombras rojizas que ayudaban bien poco a la visibilidad.
Llevaba desde Madrid pensando en cómo le iba a decir a Marina que no le habían dado el ascenso. El ascenso. ¿A quién le importaba el ascenso? Y sin embargo no podía dejar de pensar en ello.
Redujo la velocidad e hizo sonar el claxon. No era una buena idea conducir por una carretera como esa mientras pensaba en otras cosas. Le había costado convencer a Marina de tomarse este fin de semana. Pasar unos días en un hotel rural no la convencía en absoluto, y en un hotel del que no pudiera presumir delante de sus amistades, menos. Él quería a su mujer, por supuesto que la quería, pero la convivencia era difícil. Marina estaba siempre pensando en su vida social, en asistir a fiestas, en llevar a su hijo a un buen colegio, en elegir un sitio adecuado a su status para las vacaciones, donde pudieran dejarse ver rodeados de la gente adecuada. Él la quería por cómo era. Se habían conocido durante la carrera y cuando la conoció le pareció preciosa, simpática, dulce, cariñosa y de esa mujer era de la que seguía enamorado, pero le costaba reconocerla. Con el paso de los años parecía mucho más interesada en aparentar, en alternar con la gente adecuada, en lo que podía comprar y tener, que en ser ellos dos, tal y como se conocieron. Por eso había insistido tanto en ir a un sitio alejado de todo, en estar ellos dos, solos, sin tener que aparentar delante de ningún conocido ni coincidir casualmente con alguna pareja y pasarse el fin de semana aparentando delante de ellos.
Un trueno restalló en algún sitio cercano y el valle amplificó el sonido. Al diablo con un fin de semana idílico de largos paseos por el monte, probablemente nos lo pasemos encerrados en la habitación viendo llover y discutiendo, pensó.
El asfalto terminó abruptamente y unos metros más allá estaba el Hostal Renata. Aparcó el coche en la pequeña explanada de gravilla que hacía las veces de aparcamiento del hostal y se sorprendió al no ver el coche de su esposa.
El hostal era bonito. Hasta ahora lo había visto sólo en fotografía y tenía miedo de que no fueran demasiado fieles a la realidad. Un edificio rústico de dos alturas, relativamente nuevo pero sin desentonar con el paisaje ni con las casas que había visto por la zona. Había luz en la planta baja y en una de las habitaciones del primer piso. Salió del coche y echó un vistazo por si estuviera el coche de Marina escondido en algún lado, pero no había demasiado espacio para esconderlo. Un olmo y un par de grandes jarrones de piedra con plantas que jalonaban la entrada eran todo lo que se ofrecía a su vista.
Empujó la puerta y entró al vestíbulo. Una mujer algo mayor que él lo miraba desde detrás de una barra de madera oscura. Detrás de ella había un tablón del que colgaban llaves, no parecía faltar ninguna. La mujer dejó un libro encima del mostrador, en el hilo musical sonaba algo de jazz. La mujer lo miró aspirando un cigarrillo.
Buenas tardes. Me llamo Javier, Javier Pozonegro, tengo una reserva de una de las habitaciones dobles. Llamé hace algunas semanas.
Buenas noches. Bienvenido al Hostal Renata. Sí, le recuerdo. Tenga la llave, es en el segundo piso.
Toda amabilidad y cortesía, la señora, no cabe duda – pensó Javier.
Perdone, antes de subir...
Sí, ¿desea algo?
No he visto ningún coche en el aparcamiento, pero, ¿no ha venido esta tarde ninguna mujer preguntando por mi reserva? Se trata de Marina, mi mujer. Debería de estar ya aquí.
Lo siento, señor. No ha venido nadie en toda la tarde.
Vaya, algo la debe haber retrasado.
Javier cogió la llave y se dirigió a las escaleras mientras pensaba que, además, Marina tendría que haber traído el equipaje. Él venía directamente de una reunión y no llevaba nada.
Al pasar por la ventana del descansillo se dio cuenta de que fuera había empezado a llover a cántaros. Si esta lluvia sorprendía a Marina en la carretera que llevaba al hostal podía resultar peligroso.
Al llegar al segundo piso buscó la habitación que correspondía a su llave. Las habitaciones tenían nombres de mujer en lugar de números y la suya se llamaba Dulcinea. Eso le recordó a Javier que seguía sin haber podido leerse el Quijote, como tantas otras cosas que quería hacer y para las que nunca encontraba tiempo.
En la habitación sacó el móvil e intentó llamar a su mujer, pero no parecía haber cobertura y optó por llamarla con el teléfono de la habitación. Varios intentos y siempre el contestador, le dejó un mensaje con el teléfono del hostal para que lo avisara cuando lo escuchara. Luego se le ocurrió que quizá al ver la tormenta había decidido no salir hasta que amainara, pero nadie le cogió el teléfono. El niño se había quedado en casa de un amigo y parecía que Marina sí que había salido.
Miró la habitación, era acogedora. Una gran cama de matrimonio con enrejado de hierro en forma de volutas, un par de mesillas de noche de madera oscura y basta, un mueble en la pared opuesta con la televisión y el teléfono y unas butacas mirando al ventanal que se abría a la parte trasera del hostal conformaban el mobiliario. La única luz que entraba era la de algún rayo ocasional, ya que la parte trasera del hotel daba a la montaña. Era el escenario que había buscado para reencontrarse con Marina y consigo mismo, pero ahora con la tormenta y sin poder dar con ella no hacía más de angustiarlo con una sensación de soledad. Le vendría bien tener su ordenador, compañero de noches de insomnio y ventana en la que compartir su soledad con otros insomnes que había ido conociendo. Su mente caprichosa le hizo pensar en Raquel.
Raquel era una nueva amiga que había conocido en una reunión de trabajo. Tenía que diseñar una web del banco y les había tocado colaborar durante algunos días. Todo había ido sobre ruedas y aunque al principio se habían intercambiado los teléfonos y las direcciones de correo por motivos laborales, al terminar el trabajo habían ido estrechando la amistad. Ahora mismo Raquel era su principal confidente de las noches en vela. Era una chica ligeramente más joven, pero con una vida muy diferente a la suya, soltera y algo sola, pero también libre de la responsabilidad y el estrés que agobiaban a Javier.
No le apetecía ver la televisión, y por no traer no traía ni un libro, así que se desvistió, dejó el traje lo mejor que pudo en la butaca y se tumbó en la cama. Tenía los ojos como platos y no se le quitaba la sensación de angustia, pasaron minutos que se le hicieron horas pensando en los desencuentros que había tenido últimamente con Marina, los sinsabores, las preguntas sobre el ascenso que había llegado a temer al llegar a casa, el derroche innecesario que había supuesto la comunión del crío. Cuando se cansó de pensar se levantó, cogió el teléfono y llamó a Raquel. El teléfono sonó unos cuantos tonos y acabó por colgar.
Se paró a pensar y se dio cuenta de que nunca había llamado a Raquel a esas horas. Sabía que solía estar despierta porque se habían encontrado muchas noches en Internet, pero muy rara vez se llamaban porque a esas horas podrían oírlos.
Por la ventana entraba algo de luz de la luna, el cielo se había despejado un poco y ya no llovía. Se acercó a la ventana con el teléfono todavía en la mano y se quedó mirando extrañado cómo una sombra se movía detrás del caserón. Los movimientos eran pesados y lentos, la tierra probablemente estaba todavía empapada y el hombre parecía llevar un fardo pesado hacia una furgoneta pequeña que no había advertido previamente. Javier miraba con la ligera satisfacción furtiva de observar a alguien que piensa que nadie lo está mirando. El hombre llevaba el fardo en lo que parecía un gran saco de arpillera, arrastrándolo más que cargándolo hacia la furgoneta, cuando se encendió una luz en la planta baja, probablemente la puerta trasera de la cocina, iluminando un poco la escena. El hombre arrastró su fardo hasta la zona iluminada, la dejó caer y entró en el hostal.
Javier se quedó paralizado. El saco se había abierto al caer al fango y había dejado al descubierto una melena rizada, de bucles oscuros, y parte de las facciones de una cara. Extrañamente Javier se acordó de cómo le habían llamado la atención esos rizos cuando conoció a Marina. Tenía un pelo precioso y una sonrisa cautivadora. Desde el segundo piso no era capaz de distinguir la sonrisa, pero esa melena era inconfundible. No podía apartar la vista de la escena. Con la mirada desenfocada vio como el hombre salía, volvía a guardar su macabra carga en el saco, miraba furtivamente en todas direcciones, y la arrastraba hasta la furgoneta. Escuchó el motor alejarse.
Javier se dejó caer en el butacón mirando sin ver por el ventanal las nubes que cortaban la luna. Marina estaba muerta. Su mujer, con la que llevaba casado cerca de diez años, la madre de su hijo, estaba metida en un saco, muerta, camino de ninguna parte. Buscó dentro de si mismo algo, una sensación, lágrimas, lo que fuera.
El teléfono móvil sonó con un pitido intenso. Javier miró el móvil como si no estuvieran en el mismo plano de existencia. Otro pitido le hizo mirar quién lo llamaba. Raquel.
Hola.
Hola guapo. ¿Cómo me llamas a estas horas?,¿pasa algo? Antes me has pillado en la ducha y luego todo era llamarte y tenías el teléfono apagado. Por fin me hago contigo.
Marina está muerta.
¿Qué?
Marina está muerta.
¿Quieres decir que has decidido dejarlo con ella?¿No ha funcionado lo del fin de semana romántico?
No es una forma de hablar, Raquel. Acabo de ver cómo un tipo la cargaba en una furgoneta dentro de un saco.
Me estás dando mucho miedo. ¿Tú estás bien?
Sí, sí, yo estoy bien.
No sé si debería preguntar esto pero ...
¿Sí?
No has sido tú, ¿verdad? Quiero decir, no la has ...
No, no. He llegado al hostal y Marina no había llegado todavía. Como no podía hablar con ella por teléfono y nadie me lo cogía en casa, he subido a la habitación. Por eso te he llamado antes. Luego, hace unos minutos, he visto a un tipo en la parte de detrás de hostal cargar con algo, y cuando se ha acercado a una luz he visto que en el saco que arrastraba estaba Marina, muerta.
¿No has llamado todavía a la policía?¿Quieres que los llame yo?¿Cómo se llama el hostal? Javier, tengo mucho miedo ¿Tú estás bien, no?
No lo sé, Raquel, no sé si estoy bien. Marina está muerta. Hasta que has llamado estaba intentando llorar por ella pero no me salen las lágrimas. Si tuviera que llorar por la mujer de la que me enamoré, tendría que haberla llorado hace mucho. La que estaba en ese saco no era esa mujer. Se había convertido en una persona avariciosa, que me ha amargado estos últimos años preocupándose más de lo que gano que de mi. He venido a este hostal para buscarme a mi mismo y para intentar salvar mi matrimonio, pero ahora me doy cuenta de que no había nada que salvar.
Javier, ¿cómo puedes decir eso?
Mi vida era una mierda, y era todo por culpa de ella. No me gusta mi trabajo, no necesito ni la mitad de cosas que tenemos y odio ver que para mi hijo soy un cajero automático.
Eso no es cierto. Está un poco malcriado, pero Marcos...
Marcos no me conoce apenas. El poco tiempo que paso en casa cuando está él no hay quien lo desenganche de la consola.
¿Y qué piensas hacer?
¿Con Marcos?
No, con lo de Marina, tendrás que llamar a la policía, ¿no?
¿Para qué? No quiero saber nada, no quiero saber cómo ha muerto, ni por qué, no quiero acordarme de que ha existido esa persona en mi vida.
Tranquilo Javi. No puedes volver a casa sin ella, la gente hará preguntas.
Mira Raquel, no quiero denunciar a esta gente. No sé cuales eran sus motivos pero lo que han hecho me ha salvado la vida.
¿Entonces?
Mañana voy a coger el coche y dentro de unos días denunciaré su desaparición. Ya pensaré algo.
¿Y qué vas a hacer esta noche? ¿No tienes miedo de que ahora vayan a por ti?
No. No sé por qué, pero no. Si hubieran querido atacarme lo habrían hecho antes de llevársela, ¿no crees? Bueno, ahora voy a colgar. No creo que sea buena idea que escuchen que estoy despierto.
No voy a poder dormir hasta que no sepa que ha salido de ahí y que estás bien.
Yo tampoco. Y tú de todas formas no habrías podido dormir. Mañana al salir de aquí te llamaré.
El resto de la noche se la pasó en vela, repasando mentalmente los últimos años de su vida. En el fondo era culpa suya, siempre había dejado que Marina llevara las riendas de todo, y no habría tenido valor para cambiar nada.
A la mañana siguiente bajó a la recepción a primera hora.
Buenos días.
Buenos días.
Deseo pagar, me voy a marchar ya. No se preocupe por la reserva, pienso pagarle todo el fin de semana.
¿Tan pronto se marcha?
No creo que mi mujer vaya a venir. - Mirándola a los ojos añadió - Yo anoche no vi nada, si mi mujer tarda un par de días en volver a casa denunciaré su desaparición a la policía. No quiero que me cuente nada.
A continuación Javier salió por la puerta, cogió su coche y se fue de aquel hostal sin echar la vista atrás. Unos minutos después de perderse su coche de vista por el camino, sonó el teléfono de recepción.
Hostal Renata, dígame.
Hola Renata, soy Raquel. Gracias.