martes, mayo 15, 2007

La princesa robot y el caballero alienígena

La princesa, encerrada en su torre metálica, miraba al cielo estrellado buscando una escapatoria imaginada a un encierro injusto e incomprensible. Sus ojos brillaban con un tono rojo de resignación y unas lágrimas de aceite resbalaban por sus delicadas y bruñidas mejillas. El inmisericorde Computador Central la había encerrado en la torre porque esas eran las normas. Ninguna queja o súplica por su parte serviría de nada. El encierro duraba ya muchos años y la princesa seguía sola en la cumbre. Había perdido la esperanza de que nadie trepara el muro o venciera a los mecánicos guardianes apostados por el computador al pie del metálico torreón.

La leyenda de la princesa, sin embargo, sí que había logrado escapar de la torre. De boca en boca, y a través del espacio, llegó la historia a un lejano planeta. Un príncipe alienígena, al oír la historia a un robot mercader que traía exóticas mercancías de toda la galaxia, decidió que quería comprobar con sus propios ojos si era tal la belleza de la princesa de la torre.

Miró en cartas de navegación y consultó con viajeros de venían de los cuatro confines del universo hasta averiguar por fin en qué planeta se encontraba aquella torre. El viaje era largo, pero el príncipe confiaba en su fiel platillo volante para llevarlo a través de todos los peligros. Juntos cruzaron nebulosas y atravesaron el vacío interestelar y llegaron a la estrella que figuraba en su mapa. Allí estaba el mundo. Un planeta desconocido para él, poblado por robots y gobernado por el Computador Central. Seguía sin saber dónde estaría encerrada la princesa y preguntar por ella solo lograría atraer la ira del computador, así que vagó por el cielo sin rumbo esperando una señal.

Desde su torre, mirando un cielo estrellado que conocía de memoria, atrajo la atención de la princesa algo nuevo. Una estrella se movía por el cielo. Su novedad, su extraño fulgor y su inexplicable recorrido capturaron su atención y una pequeña luz de esperanza brilló en sus ojos. Durante varias noches la princesa miró la estrella esperando en vano que reparara de alguna forma en ella y la rescatara. La estrella se acercaba y se alejaba sin encontrar la torre. La asaltó el miedo, ¿y si al no encontrarla se cansaba de buscar?

Tras varias noches de buscar y buscar, todo el planeta le parecía igual. No distinguía ninguna torre diferente a las demás. Dudaba ya de la historia, quizá esa princesa robot y su arrebatadora belleza eran parte de un pasado remoto y la leyenda le había jugado la mala pasada de hacerlo recorrer la galaxia con un fin inalcanzable. Entonces, en una torre que hasta ese momento sólo le había parecido una chimenea más, un fulgor rojo atrajo su atención. Alguien le hacía señales desde la torre. ¿Sería un truco del computador? ¡Imposible! Nadie sabía qué le había llevado a recorrer el cielo hasta ese lejano planeta, pero por otro lado tampoco podía ser la princesa, por el mismo motivo. Después de tan largo viaje no podía quedarse sin bajar y comprobar el origen de las señales, así que le dijo a su nave que pusiera rumbo a la luz.

La princesa vio con alegría como la estrella se paró al empezar a hacerle señales y después de una breve pero aterradora pausa, se dirigió hacia ella. La luz fue creciendo y cogiendo forma. Un platillo volante negro y brillante se acercó hasta pararse junto a la torre. Sin necesidad de luchar contra los guardianes ni de trepar por el muro y sin embargo habiendo superado distancias y peligros mucho mayores para llegar hasta ella. Se abrió el ovni y apareció el príncipe, apuesto y valiente, la tomó de la mano y la subió a su flamante nave espacial. La princesa le resultó al príncipe extranjero tan bella como aseguraba la leyenda, y a la vez real y cercana como nunca había pensado que sería una princesa robot. Sin embargo ahora que la había rescatado se había roto la mascarada de sus intenciones para visitar el planeta, y el Computador Central supo al momento que sus inmutables leyes estaban siendo quebrantadas por el viajero.

Una legión de robots voladores salieron de la superficie del planeta en persecución del veloz ovni del príncipe, rugiendo sus motores y escupiendo fuego por las toberas de sus lanzamisiles. Apurado en su huida, el príncipe esquivó los proyectiles mientras se dirigía hacia el cielo con toda la potencia de sus motores.

Dejaron atrás a sus perseguidores y el ovni los llevó raudo a través de la galaxia. Cruzaron juntos el espacio sin importarles el destino, fueron felices y comieron perdices.

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